MADRE CORAJE
A Carmen la conocí en el
balneario de Cofrentes a mediados de septiembre. Pasamos un fin de semana
maravilloso y muy divertido con nuestros maridos y dos parejas más. Al ir
conociéndonos, Carmen me contó las dificultades que tuvo con su hijo mayor.
— No
paraba ni un momento. —Me decía Carmen— Hablaba tan rápido que apenas
entendías lo que decía. Mientras los demás necesitaban una hora para hacer una
cosa él necesitaba catorce. Mi hijo aborrecía el colegio, no podía afrontar el
momento de ir, mucho menos de hacer los deberes cuando llegaba a casa. Las
tareas escolares le superaban. Incluso lloraba sin parar en los primeros años de
escolarización.
Carmen advirtió con claridad que el
niño tenía un problema y que necesitaba ayuda. Pero eran otros tiempos, pues hace
27 años la hiperactividad apenas se diagnosticaba.
Carmen solo vio dos opciones,
dejar a su hijo a merced del sistema, que no tenía los medios adecuados para
ayudarle o dejarse llevar por su intuición. Y le ayudó…sí, pero no le ayudó
como cualquier otra madre lo haría. Esto fue lo que más me impactó de su
historia. Ella conocía a su hijo mejor que nadie y sabía que su dificultad no
tenía nada que ver con ociosidad.
Tras tratar de auxiliarle cada
día con los deberes y ver lo complicado que resultaba, decidió hacer algo
sorprendente. ¡Encargarse ella misma de ellos!
Cada día, ¡durante años! después
del trabajo, llevar su casa y cuidar de su familia, Carmen se dedicaba a hacer los
deberes de su hijo. Una atípica e hipergenerosa ayuda que nadie hubiese
aprobado, especialmente ningún profesional. Sin embargo, ese auxilio logró que
su hijo avanzara en el colegio. Pues, increíble y sorprendentemente, cuando
llegaba la hora de los exámenes el niño los aprobaba con unas notas excelentes.
Al parecer, repasaba lo que la madre le hacía e iba aprendiendo, pero, por supuesto,
de una manera diferente a los demás.
Carmen había sufrido en carne propia la importancia de tener una titulación y no quería que las dificultades que
mostraba su hijo le privaran de tener las mismas oportunidades que los demás. Ella
misma derribó cada barrera del sistema educativo allanándole el camino. Incluso
leía sus libros mientras los grababa, para que él los escuchara y así, si el
profesor le preguntaba, el chico supiera qué contestar. Tenía altas
aspiraciones para él y no iba a consentir que la sociedad limitara su vuelo.
Ahora, el hijo de Carmen tiene 27 años, un módulo
superior en electrónica, la carrera Técnica de Electrónica y la carrera
Superior de Ingeniero Industrial.
¡AHÍ ES NADA!
Me impresionó tanto la historia
de Carmen que, con su permiso, he querido compartirla con vosotros.
El tiempo ha tenido la bondad de justificar la drástica medida que Carmen adoptó pues, de no haberle ayudado de la manera que lo hizo ¿creéis que su hijo hubiese logrado llegar tan lejos?
Posiblemente, hubiese terminado
siendo carne de cañón en nuestro rígido y generalizado sistema educativo,
acumulando, día tras día, frustración social y familiar.
Los niños con algún tipo de dificultad, siempre tropezarán con las mismas barreras que, contrariamente a lo que podamos pensar, no son tanto sus dificultades, como las normas establecidas e inamovibles de un sistema cuya rigidez está haciendoles mucho daño.
Aunque la medida que Carmen tomó
no sea aconsejable, no dejo de sentir una gran
admiración por el coraje y dedicación que esta madre ha mostrado para ayudar a
su hijo.
Su historia nos enseña que,
seguir nuestra intuición, aunque sea contra toda lógica, termina mejorando nuestra vida y la vida de los que nos rodean.
Un beso a todos los que leéis
este blog
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