Hola a todos!! el martes pasado estuve en
Valencia, compartiendo los aprendizajes que la convivencia con mi hijo me
enseñan cada día.
Eran las primeras Jornadas solidarias
organizadas por la Asociación Valencia de Estudiantes de Psicología AVEPSI, y me sentí entusiasmada y muy agradecida de que Sara, Laura e Irene, estudiantes
y organizadoras del evento hubiesen contado conmigo para que participara en
ellas.
Cuando llegué con mi hermana del alma
y copiloto habitual Cecilia Martínez que es, además, la ilustradora
de mis cuentos de la Tortuga Filomena, al
salón donde se hacían las jornadas, Cristina Gallego, psicóloga en la Fundació Mira'm estaba exponiendo
su ponencia "Evaluación y diagnóstico".
Me impactó escuchar la forma en que
hablaba sobre los niños con TEA y también el respeto que mostraba al conectar
con las necesidades de las familias. Me maravilló ver cómo, aunque sea
paso a paso, se empieza a comprender y a actuar en consecuencia sobre algo que,
al menos yo, nunca había escuchado expresar de aquella manera. Y es que, desde
mi experiencia, las circunstancias que se generan en las familias que conviven
con niños o adultos con Trastorno del Espectro Autista han de tenerse en
cuenta, al menos, de la misma manera que las dificultades de los chicos.
Hasta ahora, nos estamos centrando en la
necesidad de ayudar al niño, sin embargo nuestros hijos conviven con sus
familias cada día, cada hora, cada minuto y es fundamental que también se nos
ayude… o tal vez sea mejor decir, que es fundamental que nos dejemos ayudar:
padres, hermanos y demás familiares para comprender, estimular y respetar las
diferencias de nuestros hijos, aunque esto suponga hacer ciertos cambios en
nuestras vidas; un precio muy bajo para las satisfacciones que ese cambio nos
puede aportar.
¿Cuántas veces la incomprensión y la falta
de formación hacia estas diferencias genera problemas en el hogar, dificultando
la convivencia y, lo que es peor, ese avance que estamos deseando ver en
nuestros hijos con TEA?
¿Cuántas quejas tenemos que acumular para
darnos cuenta de que nos hace falta hacer esos cambios en nuestros patrones de
educación obsoletos, y adaptarnos a lo que ellos necesitan?
Pretendemos que sean solo ellos los que se
adapten, los que hagan cambios, pero esto no nos lleva a ninguna parte, y lo que es peor, son las personas que más queremos quienes pagan las consecuencias.
La comprensión y aprendizaje de la
metodología que necesitan nuestros hijos es una necesidad, no es un lujo y
mucho menos algo que haya que dejar única y exclusivamente a los
profesionales.
Por otro lado, los psicólogos que nos
ayudan han de tener muy en cuenta las dificultades con las que se enfrentan las
familias y ayudarnos por medio de sus conocimientos, no solo en la formación
requerida, sino también en la descarga de tensiones, frustraciones,
desilusiones, penas y amarguras. Emociones más que legítimas, dadas las
circunstancias, y que hemos de aprender a descubrir, mirar de frente y liberar
para poder cicatrizar heridas y seguir adelante.
Esta sensibilización, no únicamente hacia
los niños, sino también hacia el ambiente en el que viven los niños, día tras
día, fue la que me llegó como una bocanada de aire fresco a través de las
palabras de Cristina, de una manera mucho más real e incluso respetuosa que en
otras ocasiones y lo cierto es que me emocionó.
Desde aquí felicito a esta profesional que
mostró ante todo su humanidad, sencillez y humildad. Es un gustazo observar que
las nuevas generaciones de psicólogos se introducirán en el mundo del TEA de la
mano de personas tan sensibles y preparadas como Cristina. Y es un placer,
sobre todo, cuando se ha sufrido tanto esta falta de aptitud por parte de los
muchos profesionales a los que acudimos nosotros.
Esto me hace ser consciente de que la
verdadera misión de los que ahora transitamos los inicios de todos los
descubrimientos que se hacen y harán sobre este tema, no es ni más ni menos que
allanar el camino a las futuras generaciones que, seguro y afortunadamente, lo
tendrán mucho más fácil; aunque, inevitable y desgraciadamente, suponga para nuestros
hijos haber perdido, no muchas, sino demasiadas oportunidades de integración
social.
Tras Cristina Gallego y como última ponencia del día, me tocó el turno. Controlando los nervios como pude, hice una introducción a la
historias sociales, como viene siendo habitual, pero en la que traté de
transmitir, ante todo, que nuestros hijos tienen emociones, personalidad,
gustos y aficiones, algo a lo que pocas veces se le da la importancia y
atención que merece.
Que hemos de saber qué es lo que está
pasando en el corazón de nuestros niños, en sus emociones, para poder ayudarles
realmente.
Que no son personas a los que únicamente
haya que aplicar un método para hacer una estadística.
Que son niños y que, como tales, independientemente de sus
características, tienen una puerta de acceso por la que enseñarles, tan sencilla y normal como divertida, llamada juegos, cuentos etc.
Que no
somos solo nosotros los que necesitamos que sean y se comporten de una forma determinada sino que ellos también necesitan de nosotros ciertas cosas como, por ejemplo, todo el cariño del mundo y un respeto muy
especial hacia su ritmo de aprendizaje y su maduración social.
Que, a fin de cuentas, son seres que como
nosotros, solo tratan de encontrar su camino en esta vida y sociedad y ser felices.
Tal vez con una manera diferente de mirar, o con una manera diferente de expresar, pero nunca, nunca con una manera diferente de sentir.